martes, 12 de enero de 2010

En el origen de las palabras

Más allá de donde alcanza la percepción, se extiende otro mundo lleno de vida, invisible, inaudible, intangible, sinsabor y sin olor donde todos hablan, ven y sienten pero es tan sólo una acción recíproca.

Allí es donde reina la imaginación, allí es donde consigo encontrar las ideas que plasmo sobre el papel, donde intento comprender lo que rodea mi ser, preguntándome porqué no puedo sembrar en su jardín.

Un jardín situado más arriba que el suelo, más bajo que el cielo, con su extenso vello verde, invadido de colores que pintan las flores sobre su relieve. Un paisaje acogedor al que no pude resistirme, tentado de coger alguna de sus rosas, a pasear sintiendo su textura. Sintiendo como el viento inflaba mis pulmones, el aroma de su esencia entraba a jirones; me atreví a coger una de sus rosas y descubrí que había jardinero que en su terreno se posa, para regar el jardín y llenarlo de alegría.

Sin embargo, aquél que recibió un hijo de Dios se niega a aceptar no poder disfrutar del jardín de Dios.

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